Por: Miguel Angel Reynoso
Secretario General de APROPOBA
Desde hace ya unos cuantos años y por motivos que seguramente a muy pocos escaparán, se viene dando en nuestro país un ataque sistemático, entre otras, a las instituciones que cumplen un cometido en el fundamental aspecto de la seguridad pública. Esto es una realidad inocultable que ni siquiera pueden disimular los cacareados y variopintos reclamos en busca de esa ansiada seguridad, y que, curiosamente o no, nunca profundizan en sus verdaderos causales sobrevolando solamente con propuestas que por repetidas y fracasadas no dejan de ilusionar con un posible distinto resultado a los mediáticos “especialistas en seguridad” que a diario debemos soportar en entrevistas derivadas de cualquier hecho cuya gravedad se destaque sobre el acostumbramiento ciudadano de la media “normal” no obstante su agravamiento progresivo.
Sin embargo cuesta un poco acostumbrarse a ser testigos de lo que viene ocurriendo en los últimos tiempos en que no solamente nos sorprende el público apoyo de pseudo intelectuales nacionales al accionar de un delincuente que lidera la toma de una comisaría de la Policía Federal, por más que lo haya hecho en su condición de “piquetero oficial” del gobierno nacional.
O para ver en una transmisión televisiva continua y directa como un pequeño grupo de “vecinos” de una villa de emergencia capitalina en reclamo por lo que denominan “justicia”, no solamente incendian un puesto de la Prefectura, sino que atacan al personal de esa misma repartición y posteriormente se ve como utilizan los mismísimos escudos de protección de la fuerza que fueran sustraídos durante una refriega previa para protegerse mientras preparaban y lanzaban una bomba incendiaria. Evidentemente la autoridad política de dicha repartición se encontraría distraída en otras cuestiones mientras estas imágenes recorrían el mundo para vergüenza de todos los argentinos, y los camaradas de prefectura seguramente con justa impotencia esperaban la orden que nunca les llegó de recuperar inmediatamente esos bienes públicos y detener a quienes los portaban.
Ataques a personal de la Policía Federal frente a tribunales de Capital cuando se leía la sentencia de una famosa causa; a integrantes de la misma repartición que custodiaban el Congreso Nacional, y a la Comisaría de Tolosa en la Provincia de Buenos de Aires, son solo ejemplo de lo que ocurre a diario y que sin entrar a juzgar si el fallo en el primer caso fue justo o injusto, si en el segundo la votación era la correcta o no y en el último si verdaderamente había un motivo para ir contra la fuerza policial por un hecho que en definitiva deberá expedirse la justicia, nos hablan claramente de que el fin perseguido en cuanto a destruir las instituciones y lo que ellas significan se viene ganando holgadamente.
Desgraciadamente todo esto significa también que el trabajador policial, o miembro de las fuerzas de seguridad se encuentra día a día más expuesto a que reclamos sociales de todo tipo que deberían recibir su atención por el debido canal, y mezclados con ellos los de verdaderos delincuentes oportunistas en busca de otros objetivos, resulten heridos en estos ataques realizados con total impunidad y encima carguen con responsabilidades sobre sus desarrollos y consecuencias, que otros arrellanados en sus sillones de funcionarios políticos deberían prever y solucionar. Desde APROPOBA hemos señalado desde hace ya mucho tiempo los peligros y consecuencias que derivarán cuando, mas tarde o más temprano resulte necesario reinstaurar el orden y encauzar las cosas.
Lo raro, o quizás tampoco no tanto, no es que el sector político oficialista ni siquiera mencione una palabra sobre estos hechos que atentan severamente contra el orden público y la seguridad y las vidas de los funcionarios del orden, que por otra parte bien vale la pena mencionar deberían ser reconocidos como ciudadanos argentinos, sino que por parte de las varias ramas de la oposición, el silencio también resulta sobrecogedor cuando se espera que aunque mas no sea por su carácter de tal pudieran levantar la voz ante estos bárbaros hechos propios de la incivilidad, salvo que por ejemplo hayan sido desbordados en su reacción ante la circense jugada futbolera implementada por el gobierno, lo que por supuesto poca tranquilidad nos trae a los sufrientes ciudadanos.