“Comencé a cocinar cuando le diagnosticaron a mi hija Margarita que era celíaca. No sabía cocinar antes de eso y creo que en algún punto fue algo a favor porque para aprender estas recetas el que sabe cocinar tiene que desandar lo aprendido, porque son todas cosas nuevas”, explica Mónica.

Antes de que Margarita tuviera los primeros síntomas, Mónica trabajaba fuera de su casa en un pequeño comercio que tenía con un socio.

“Yo había tenido mellizos. Ambos estaban bien pero de un mes a otro noté que mi hija había comenzado a decaer, estaba muy flaca pero con panza y se le caía el pelo. Empecé a sentir que se me iba de las manos, que se me moría. Entonces fui a distintos hospitales y me dijeron que no tenía nada, que yo estaba estresada porque tenía mellizos y era madre primeriza”, recuerda.

Pero Margarita empeoraba y Mónica no claudicó hasta encontrar la causa de ese decaimiento: “Fui a un gastroenterólogo que me habían recomendado pero no tenía turno hasta dentro de un par de semanas. Allí me encontré con una mujer que estaba por atenderse y me dijo que veía tan mal a mi hija que me cedía su lugar. Al otro día la internaron de urgencia, le hicieron la biopsia y a las 24 horas supimos que era celíaca”.

La mujer recuerda que en ese momento se desesperó porque entre sus talentos no figuraba el de la cocina, o al menos estaba oculto. “Se me vino el mundo abajo –dice- no solamente porque teníamos que hacer una dieta especial sino porque yo no sabía hacer ni un huevo duro. Fui a comprarle unas galletitas que vendían en un lugar donde también vendían velas. No tenían gusto a nada. Y pensé que no quería eso para mi hija”.

A los cuatro días, Margarita comenzó a mejorar y ya pudo empezar a comer. Mónica decidió que iba a cocinar para ella a partir de ese momento. La primera preparación fue con Maizena, bicarbonato, huevo y sal. “Lo amasé, lo metí al horno y salió una porquería”, dice entre risas.

Con el solo mandato de no utilizar trigo, avena, cebada y centeno, Mónica comenzó a elaborar recetas a diario que se volvieron, primero comestibles, y luego verdaderamente sabrosas. “Con el tiempo me di cuenta de que podía ayudar. Así, venían vecinos o conocidos y me decían si podía cocinar determinada cosa porque mis comidas tenían un gusto especial. Y cada año fui incorporando nuevas recetas”, cuenta.

Recetas Queridas

“Un día hablando con mi ginecóloga me dice: ‘¿por qué no haces un libro con tus recetas? Me reí mucho y cuando llegué a casa se lo comenté a mi marido. Él me entusiasmó con la idea y me dijo que empiece a anotar las recetas. Unos días después agarré una bolsa donde tenía un par de recetas anotadas, con las fechas, y las modificaciones y empecé a ordenarlas. Primero pensé que tenía veinte y que eran muy pocas, pero con el correr de los días me fui dando cuenta que tenía más de cincuenta”, recuerda.
Decidió llamar a una reconocida marca de almidón de maíz que usaba como base para muchas de sus recetas. A los pocos días tuvo una reunión con la empresa y se puso en marcha el libro que hoy lleva más de 3000 ejemplares.

“‘Recetas Queridas’ tiene como finalidad que muchos celíacos encuentren la manera de enriquecer y sumar creatividad a su dieta. La misma finalidad tiene la página www.serceliacos.com.ar en donde vuelco recetas e información, y donde también se pueden encontrar otras historias”, cuenta.

“Otra forma de ser”

La Asociación Celíaca Argentina (ACA) (www.celiaco.org.ar) define a esta enfermedad como la “intolerancia permanente al gluten, conjunto de proteínas presentes en el trigo, avena, cebada y centeno (TACC) y productos derivados de estos cuatro cereales”.

Pueden padecerla tanto niños como adultos y, según los últimos relevamientos, la incidencia es mayor en mujeres que en varones. La organización estima que en Argentina 1 de cada 100 habitantes puede ser celíaco y muchos de ellos pueden ignorarlo.

No existe un solo síntoma que pueda develarnos esta enfermedad, sino que éstos varían según la edad e, incluso, según el individuo.

Así, en niños puede presentarse desde una “diarrea crónica” (síndrome de mala absorción), vómitos reiterados y marcada distensión abdominal hasta alteraciones en el esmalte dental, dislexia, autismo o hiperactividad.

En el caso de los adolescentes puede haber dolor abdominal, falta de ánimo, rechazo a la actividad deportiva, retraso en el ciclo menstrual y pero también estreñimiento, queilitis angular, aftas recurrentes, anemia ferropénica, cefaleas, etc.

Para los adultos, los síntomas están más vinculados con la presencia de osteoporosis, fracturas, artritis, pero también pueden tener diarreas, estreñimiento, desnutrición, abortos espontáneos, etc.

“Es muy difícil darse cuenta de qué se trata de celiaquía porque los síntomas no siempre son tan claros como lo fueron en el caso de Marga –dice Mónica– yo conocí gente a la que le detectaron la enfermedad recién a los 60 años. Por eso es importante que ante la duda se haga la biopsia”.

Una vez detectada la intolerancia al TACC el tratamiento consiste en evitar estos componentes y así los síntomas desaparecen por completo. “Por eso yo siempre digo que el celíaco no es un enfermo, sino una persona que tiene otra forma de ser”, concluye.
Fuente: Télam