La joven, que actualmente reside en un departamento prestado por la empresa del Sarmiento, TBA, en el Barrio Belgrano, tiene por delante una rehabilitación que durará entre seis meses y un año.

Según ella misma confiesa pasó “del horror al dolor” pero a la vez asume que necesita “más que nada” agradecer.

Florencia fue salvada el 22 de febrero de una tragedia que pudo ser peor y trasladada en un helicóptero al Hospital Pirovano, donde le salvaron la vida. La operaron treinta veces para reconstruirle los músculos y la piel de sus piernas, y pasó más de dos meses aislada en una habitación para evitar infecciones que igual padeció.

Estuvo enyesada. Fue al quirófano casi cada 48 horas. Y el miércoles pasado recibió el alta.
Por eso, hoy, sentada frente a una tele por primera vez y de costado a una ventana que le regala el cielo de un piso 14, Florencia nombra a cada uno de los médicos y enfermeras que la cuidaron y animaron. “Armaron un equipo para salvarme”, subraya con total devoción.

Lo que pasó no tiene nombre, pero sí historia. La noche anterior a la tragedia Florencia se había vuelto a “arreglar” con su novio, pero luego de verlo un rato disfrutó del corso de Merlo y se fue a pasar la noche al departamento que alquilaba desde que llegó procedente de la “Feliz”.

El recuerdo, imborrable por cierto, la hace ver una y otra vez como, tras el choque de la formación ferroviaria en Once, hombres, mujeres, niños y bebés, con o sin vida, quedaron enredados entre los hierros retorcidos y calientes del primer vagón.

Para ella es imposible olvidar que escuchó personas agonizando, que rezó junto a una mujer, que se serenó con un chico que le rogó que ya no gritara y que se estremeció cuando sintió que la mano de su amigo Fede, que le apretaba un dedo con fuerza, se había desvanecido.

Tenía las piernas destrozadas, pero logró aguantar casi cuatro horas hasta que la sacaron.

De acuerdo a los dichos de su padre Víctor, “TBA prometió pagar todo, pero nosotros, lejos de querer sacar un rédito de esto, necesitamos que mantengan su palabra y le den lo mejor a mi hija. Ella necesita que no la olviden porque aún no puede caminar y debe seguir con su tratamiento en Hurlingham”.

De todos modos, la chica aclara que si todo sale bien podría comenzar con la recuperación ambulatoria en el Fleni, ya que no se quiere internar.

Lo cierto es que la mamá y las hermanas también se turnan para cuidarla y sus amigos jamás la dejan sola.

El reencuentro con su amigo Alan, también sobreviviente, ocurrió recién hace dos semanas, cuando a él le dieron el alta. Se vieron, lloraron y se abrazaron. Ahora los dos piensan en cómo reconstruir su vida, en caminar, volver a trabajar. Hacer una vida normal para su edad. Y, sobre todo, en que haya justicia por lo que les ocurrió.

Fuente: Clarín