Es que en cancha estaba su joyita. Un chico que llegó al club a los 15 años de Córdoba, bien apuntado en su momento por el club de Garay y Santiago del Estero. Y anoche, lo veía destrozar una y mil veces la resistencia de su archirrival, como lo hizo en juveniles, como lo hizo siempre.

Por eso llora Robles. Por orgullo. La mitad del Polideportivo estuvo pintada azul y blanco. La parcialidad de Quilmes, derrotada, salió antes de la cancha. La de Peñarol, en tanto, armó la fiesta. Campazzo terminó las notas post partido y lentamente se dirigió al vestuario. Pero antes el “Olé olé olé olé Facuuu Facuuuu” lo obligó a darse vuelta y saludar. Aplaudía con sus manos bien en alto a más de 3 mil personas que lo ovacionaban.

Entonces, Robles se levantó de la butaca, ya más tranquilo, lo tomó del brazo y le hizo ademán de que se acerque a la gente. Campazzo, entonces, emuló una vuelta olímpica con sus hinchas. Llegó hasta la puerta 10 del estadio, saludó muchas veces y se metió en el vestuario.

Pero duró poco. Enseguida, como si anoche se hubiese consumado un campeonato más, salió “Facu”, “Leo”, “Lata”, primero, y después Weigand, Boccia, “Goyita” Morales y “Gaby” Fernández. Se abrazaron todos de frente a su gente. Sonrisas por doquier. Peñarol se quedó con el clásico más apasionante de los últimos años.

En Quilmes, la mayor ovación se dio en el segundo cuarto cuando se levantó Facundo Piñero del banco, se retiró la sudadera y se aprestó a ingresar por Federico Marín. Las tribunas “Cerveceras” se rompieron las manos aplaudiendo a su guerrero, aquel que estuvo siempre y que anoche no quiso quedar afuera.

Otro que se destacó fue Walter Baxley. El hincha de Quilmes vive una especie de enamoramiento con el número “6”. Fue clave para su equipo durante todo el partido, pero especialmente en el último cuarto, para mantenerse siempre vigente en el marcador.
El clásico ha convertido, sin lugar a dudas, a Mar del Plata como la capital nacional del básquet. En Bahía Blanca se alegará que allí está la historia, en Córdoba se defenderán todos sus valores surgidos a lo largo de los años, incluso al actual Campazzo, pero “La Feliz” es más feliz con el básquet.

En un marco imponente, superador incluso de cualquier final de Liga, 6500 personas le dieron una vida distinta a un mero partido de básquet. Nadie, pero nadie, en la competencia puede generar ni cerca de lo que sucede en un clásico. Más allá del resultado, oda al Peñarol – Quilmes, Quilmes – Peñarol.