En medio de grandes expectativas ciudadanas, la socialista Michelle Bachelet inauguró un nuevo ciclo político al asumir por segunda vez la presidencia de Chile por cuatro años, en una ceremonia histórica en el Congreso de Valparaíso, a la que asistieron representantes de 23 países, entre ellos, los gobernantes de Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Perú y Uruguay.

La ceremonia tuvo como protagonistas a dos mujeres socialistas, víctimas de la dictadura de Pinochet, que ahora ostentan los cargos más importantes de la nación, en un acto que unió el pasado histórico con los enormes desafíos de construir un Chile más igualitario.

Bachelet, quien estuvo presa durante la dictadura, vivió en el exilio y es hija de un militar que murió luego de ser torturado por sus antiguos colegas, juró defender la Constitución de Chile ante la senadora socialista Isabel Allende, hija del mandatario Salvador Allende que se suicidó en el palacio de gobierno para no caer en manos de los militares golpistas en 1973.

Isabel Allende recibió la banda presidencial de manos del mandatario saliente, el centroderechista Sebastián Piñera, y se la puso a Bachelet, un gesto coronado con un fuerte abrazo y un beso en cada mejilla. Para muchos, fue un acto simbólico de “sanación” entre las dos mujeres que cargan las heridas del pasado.

Por su parte, Piñera le colocó a la mandataria la piocha de Bernardo OHiggins, una estrella de cinco puntas, signo del alto cargo, y luego abandonó el Congreso como un ciudadano común junto con todo su gabinete en medio de una ovación cerrada de los presentes.

En el salón de honor del Parlamento, Bachelet, una pediatra socialista de 62 años, separada, madre de tres hijos, agnóstica, tomó juramento a su gabinete -16 hombres, 9 mujeres- mezcla de jóvenes figuras con poca presencia pública y pesos pesados. Estos últimos ocuparán carteras clave como Educación (el ex ministro y economista Nicolás Eyzaguirre), Relaciones Exteriores (el experimentado Heraldo Muñoz, con la misión de fortalecer los lazos con los vecinos Argentina y Brasil) y Energía (el empresario Máximo Pacheco).

“¿Cuánto durarán?” fue la pregunta del sociólogo Claudio Fuentes que tuiteó por las redes sociales. A su juicio, Rodrigo Peñailillo, de 40 años, el joven ministro del Interior, tendrá que demostrar su capacidad de articularse con los partidos políticos. En el mundo académico dudan de que este nuevo gabinete tenga larga vida.

Tras el acto, la nueva mandataria agasajó con un almuerzo a las nuevas autoridades y dignatarios invitados en el palacio Cerro Castillo de Viña del Mar, 120 kilómetros al oeste de Santiago.

La mandataria socialista, que ya gobernó entre 2006 y 2010, inicia su gobierno en medio de una las mayores expectativas de las últimas dos décadas, luego de un gobierno de cuatro años de Piñera que no satisfizo las demandas ciudadanas y que lo castigó fuertemente en los comicios electorales, pese a las cifras de crecimiento macroeconómico.

Es una “nueva Bachelet”, con una experiencia ya de gobierno a la que sumó los conocimientos de tres años como secretaria de Onu Mujeres, en Nueva York, y que deberá cumplir con su ambicioso programa resumido en tres reformas: tributaria, educación y una nueva Constitución.

“Ahora a trabajar” fue el primer comentario que le hizo a la presidenta del Senado, una vez concluida la ceremonia de traspaso del mando en el Congreso. “Para eso me volví de Nueva York”, señaló enfática a Isabel Allende.

En el Parlamento tendrá -a diferencia de hace 20 años- mayoría en ambas cámaras para aprobar una reforma tributaria pero no cuenta con una mayoría calificada para modificar a fondo la ley de enseñanza y tendría que negociar estos cambios con la oposición conservadora así como las reformas a la Constitución. La mandataria sumó esta vez al partido Comunista y extiende la coalición a siete fuerzas políticas de las cuatro que conformaban la antigua Concertación de Partidos Políticos.

En la ahora oposición de derecha, sumida en una profunda crisis que ha derivado en divisiones y la creación de nuevos referentes, observan con “preocupación” hacia donde se dirigirá el nuevo gobierno de Bachelet.