Antonio Marino, obispo de Mar del Plata, emitió una carta en la cual expresa su repudio ante los hechos de violencia y de discriminación sucedidos en los últimos tiempos en la ciudad.
Declaración del Obispado de Mar del Plata
Como Obispo de Mar del Plata quiero manifestar mi más enérgico repudio a todo hecho de violencia y discriminación que pueda hacerse contra cualquier persona sea por su sexo, etnia, religión o idea. Nuestra Patria en su bicentenario necesita que nos unamos, dialoguemos y convivamos colaborando en el bien común.
Su Santidad el papa Francisco ha tenido muchos gestos hermosos no sólo en su actual función de pastor universal, sino como cardenal arzobispo de Buenos Aires, y ha generado en todos una visión sobre cómo los gestos de misericordia ayudan a proclamar la fe y el amor de Dios en el mundo de hoy.
Ha visitado las cárceles, se ha encontrado con los más desprotegidos, ha abrazado a los niños, como lo hacía Jesús, y ha bregado por el diálogo con todas las religiones. No se nos escapa el papel decisivo que ha jugado en el acercamiento de naciones, ni sus logros en el encuentro de musulmanes y representantes del Judaísmo. En sus viajes internacionales, ha promovido incansablemente la paz y la unidad.
En la ciudad de Mar del Plata, se fueron multiplicando hechos de violencia y manifestaciones ante las cuales nuestro repudio debe ser claro, total y sin atenuantes, porque hieren profundamente la sensibilidad no sólo de cristianos y judíos sino de toda persona de bien.
Respecto al gesto del Papa de regalarle un rosario a la señora Milagro Sala, en respuesta a una carta suya, resulta abusivo pensar que por sí mismo constituye una aprobación de sus conductas o una interferencia en el proceso judicial. El Santo Padre hizo lo mismo con personas culpables ya condenadas por delitos muy graves. No debemos poner restricción a la enseñanza de Jesús relativa al juicio final: “Estuve preso y me vinieron a ver” (Mt 25,36).
En continuidad con gestos puestos por sus predecesores, el Papa Francisco ha visitado cárceles y ha repartido rosarios en lugares repletos de criminales peligrosos. Es oportuno recordar que el mismo san Juan Pablo II visitó en la cárcel a un extremista islámico, sin que esto implicara justificar el crimen cometido contra su propia persona.
Resulta siempre refrescante volver al Evangelio: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan» (Lc 5,31-32).