Por Dr. Lucas Fiorini
Concejal del Frente Renovador
Como todos los argentinos me encuentro viviendo estos días en los que conmemoramos el bicentenario de nuestra independencia con emoción y alegría. Doy gracias por encontrarnos en el tiempo histórico de los 200 años de nuestra Patria. Son momentos de particular sensibilidad, donde meditamos sobre nuestro ser nacional y repasamos los devenires que nos trajeron hasta el presente.
Pero además nos recuerda que somos actores y hacedores del futuro. Nuestra pertenencia a una nación nos obliga en los destinos de la misma, porque la construcción de la casa de todos se trabaja con compromiso y esfuerzo, dando lo mejor de nosotros -en el lugar que cada uno se encuentre, en la vocación a la que nos sintamos llamados-, con espíritu fraterno y solidario, pues nadie nos debe resultar ajeno si es que conformamos una comunidad y una historia compartida.
El desarrollo integral que anhelamos requiere de una actitud abierta y responsable, propia de ciudadanos que sean conscientes de los derechos y deberes que alcanzan a todos, que supere la indiferencia y pasividad del que sólo es habitante, cuya presencia muda y temerosa poco puede aportar al engrandecimiento de la Argentina. Somos parte de un pueblo que es y debe ser el protagonista y sujeto principal de nuestra historia, donde todos cooperen con su ser y hacer al engrandecimiento y felicidad de la Patria y quienes allí conviven.
Dos siglos es una hermosa edad para una Nación. Somos jóvenes pero ya contamos con una rica experiencia que debe permitirnos aprender, sumar y superar las dificultades y desafíos que tenemos. Ninguna empresa común está exenta de riesgos y amenazas. Pero los ideales altos vencen los obstáculos más grandes. Cuando recordamos el marco en el cual se dio la declaración de independencia de aquel glorioso 9 de Julio de 1816 el contexto era más que adverso y bastante complejo.
El Congreso supremo se hizo en Tucumán, a pesar de las voces contrarias que aconsejaban no reunirse en una provincia tan lejana y vulnerable: la tensión interna entre la siempre presente pretensión hegemónica porteña y los reclamos federalistas del interior venían acumulándose desde la Revolución de Mayo de 1810. Llegaban noticias del norte que informaban de un poderoso ejército realista que bajaba desde Lima para someter el último foco rebelde de América del Sur.
Pero era tal el convencimiento de la importancia de proclamar definitivamente la independencia y asegurar la libertad, que los representantes de los pueblos no dudaron en emprender un largo y penoso viaje para congregarse por la noble causa americana, alentados por Belgrano y San Martín, que se jugaron y expusieron con su exhortación y entusiasmo patriótico en momentos en que muy pocos le daban respaldo.
La declaración de independencia nació en un lugar periférico, bastante débil y pobre, pero tuvo tanta legitimidad y tomó tal impulso y vigor que fue fundamental en la historia de la Patria Grande y consolidó la identidad y surgimiento de nuestra Nación. Debemos aprender entonces que dificultades siempre existieron, y que lo importante puede surgir de una pequeña semilla, más allá de las fuerzas del momento: lo determinante es el ideal que se lleva dentro, y la encarnación de esas nobles causas en hombres y mujeres dispuestos a sostenerlas “hasta con la vida, haberes y fama”, como los patriotas de Tucumán suscribieron en el Acta fundante y vivieron en los hechos. Que las virtudes de quienes rememoramos en la historia nos inspiren hoy para construir el futuro.
No podemos sentirnos ajenos por la suerte de nuestra Patria. Todos somos protagonistas con nuestro actuar. Ninguno está exento de colaborar desde su lugar a la realización del Bien Común. Recrear esta conciencia, tener la sabiduría de tomar de nuestra historia lo mejor, conservar un fuerte sentido de justicia, no fomentar divisiones ni enfrentamientos estériles, educar aceptando el riesgo de la libertad, promover la riqueza de la diversidad y la pluralidad, respetar un federalismo real, alcanzar un progreso estable que incluya a todos los argentinos, consolidar la democracia y la república con sus instituciones, cuidar el medio ambiente, posibilitar un trabajo digno para quien lo requiera, erradicar la corrupción y la violencia, son algunos de los desafíos de hoy. Difíciles pero no imposibles.
Bajo la bendición de Dios, presente en los valores y principios que movieron a aquellos congresales, con el signo de los tiempos que implica encontrar el bicentenario con el Papa Francisco en el vértice de la historia mundial, dispongámonos a vivir con altura y sano orgullo la responsabilidad de honrar a nuestra hermosa Nación, trabajando como integrantes de un pueblo que debe ser eje de su historia a través de la entrega generosa, laboriosos en la construcción de una Patria que despliegue todo su potencial, centrados en el bienestar y la elevación de sus hijos, en especial de aquellos que aún se encuentran marginados, poco integrados, víctimas de la pobreza y la exclusión. Nadie se realiza en una comunidad que no se realiza. El destino es común, llevarlo adelante también.
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