Las hepatitis crónicas B y C son la principal causa de cáncer de hígado, pero es esperable que la enfermedad por hígado graso no alcohólico se transforme en pocos años en el principal responsable de esta compleja enfermedad oncológica.
Es una condición cada vez más frecuente en pacientes hipertensos, obesos, con diabetes tipo II, que realizan poca actividad física o que llevan una vida poco saludable en general.
Los hepatólogos advierten la necesidad de controlar los factores de riesgo para su prevención y la importancia de que otros profesionales como cardiólogos, diabetólogos y nutricionistas también estén alertas a la salud del hígado, porque llegar tarde puede tener consecuencias severas para la salud.
El cáncer de hígado es el quinto tipo de tumor más frecuente en el mundo y si no se lo detecta a tiempo, su abordaje se torna más complejo. Su incidencia se triplicó en los últimos 35 años y, a nivel mundial, se diagnostican 700 mil nuevos casos por año[1].
Por eso, la Asociación Argentina para el Estudio de las Enfermedades del Hígado (AAEEH) destacó la necesidad de prevenirlo profundizando la lucha contra las hepatitis virales y controlando los factores de riesgo de desarrollar hígado graso.
Éste es uno de los temas que se discutirán durante el XIX Congreso Argentino de Hepatología, que reunirá a alrededor de 1000 profesionales de todo el país, contará con reconocidos invitados extranjeros y se llevará a cabo del 28 al 30 de junio en Buenos Aires.
Hoy la gran mayoría de quienes reciben diagnóstico de hepatocarcinoma, que es el tipo de cáncer de hígado más frecuente en adultos, son pacientes con hepatitis B y C crónicas y cirrosis alcohólica descompensada. El Dr. Marcelo Silva, Presidente del XIX Congreso Argentino de Hepatología, manifestó que es indispensable detectar a tiempo a estos pacientes, antes de que desarrollen cáncer, porque cuando el tumor es diagnosticado precozmente tienen muy buenas chances de curarse. Por lo contrario, cuando su detección es tardía, los tratamientos no son curativos sino paliativos”.
Sin embargo, agregó el especialista, un nuevo factor asoma como desencadenante de la cirrosis y el cáncer y en la actualidad representa uno de los principales motivos de consulta: “es la esteatosis hepática, más conocida como hígado graso no alcohólico, que consiste en el depósito de grasa en este órgano vital, producto del sobrepeso, la obesidad, la diabetes y la vida sedentaria”.
En nuestro país, no contamos con registros, pero aplicando modelos matemáticos de incidencia, se espera para el futuro cercano un incremento de casos de cáncer de hígado por hígado graso 10 veces por encima de los datos de hace 15 años. Según estadísticas internacionales, afectaría a 2 ó 3 de cada 10 adultos[2] y a entre el 3 y el 10 por ciento de los niños[3].
El Dr. Ezequiel Ridruejo, vicepresidente del congreso y actual Presidente de la AAEEH, remarcó que “como el futuro de las hepatitis es auspicioso, se podía pensar en menos cirrosis y menos cáncer de hígado para los próximos años. Sin embargo, el crecimiento del hígado graso nos da la pauta de que no habrá menos enfermedad oncológica en el hígado y, lo que es peor, que es factible que lleguemos tarde, porque no se dará en pacientes hepáticos, que son a los que le monitoreamos el hígado con frecuencia”.
“Al igual que en muchas otras enfermedades oncológicas, la detección a tiempo ofrece elevadas tasas de curación. Pero, lamentablemente, tendemos a llegar tarde, porque las enfermedades del hígado rara vez dan señales que permitan al paciente sospechar su desarrollo y realizar una consulta con el especialista”, sostuvo el Dr. Manuel Mendizabal, médico hepatólogo y Secretario del Comité Organizador del Congreso.
Los pacientes con riesgo cardiometabólico aumentado suelen ser seguidos por el clínico, el cardiólogo, el endocrinólogo o diabetólogo e inclusive el nutricionista. Como comunidad médica, agregó el Dr. Silva, “tenemos el desafío de elevar el nivel de alerta de estas especialidades para que tengan presente la importancia de monitorear el estado de salud del hígado y de trabajar en forma multidisciplinaria cuando sea necesario”.
Enfermedades con impacto sistémico
Aunque cuesta combatirlos, la comunidad distingue que el sobrepeso, la obesidad y la vida sedentaria ocasionan un grave impacto a nivel cardiometabólico, aumentando riesgo de diabetes tipo II y de enfermedad cardiovascular. Lo que pocos saben, sugirió el Dr. Silva, es cómo silenciosa y lentamente “elevan el riesgo de depósito de grasa en el hígado, que es un órgano muy noble y que se queja poco, pero que cuando se daña impacta severamente en la salud”.
Por eso, sugirió el Dr. Ridruejo, “debemos comenzar a interpretar los factores de riesgo y las enfermedades que se desarrollan como entidades sistémicas, con consecuencias en todo el organismo. En algún punto es otra mirada de la medicina, pero es la que necesitamos para ayudar mejor a los pacientes”.
Algunos factores que aumentan el riesgo de hígado graso son el sobrepeso y obesidad, la resistencia a la insulina, la diabetes tipo 2, el colesterol y los triglicéridos elevados y la hipertensión arterial. Habría otros factores de riesgo adicionales como una rápida pérdida de peso y malas dietas, cirugía de derivación gástrica, enfermedad intestinal y algunos medicamentos como bloqueadores de los canales de calcio y algunos oncológicos[4].
Aunque la mayoría de las veces no da síntomas, personas con hígado graso podrían presentar:
Fatiga y debilidad
Dolor en la parte superior derecha del abdomen
Pérdida de apetito
Nauseas
Piel amarillenta
Picazón
Hinchazón en piernas y abdomen
Confusión
Sangrado gastrointestinal
Se puede detectar a través de exámenes de rutina que evalúan cómo está funcionando el hígado y una simple ecografía. Como complemento, el profesional de la salud podría solicitar estudios más complejos como elastografía, resonancia magnética o tomografía y, para confirmar el diagnóstico, eventualmente realizar una biopsia hepática.