Este jueves falleció, Edgardo Rubén Gabbin, a los 70 años el militante peronista batanense, quien fue secuestrado durante la última dictadura militar en un partido de fútbol por el árbitro José Francisco Bujedo en 1977 y luego torturado en la Base Naval de Mar del Plata.
El 9 de enero de 1977, Edgardo Gabbin fue a jugar al fútbol a la cancha de Nación sin imaginar que aquel partido iba a cambiar su vida para siempre. El árbitro era su exinstructor en el servicio militar, quien conocía su condición de desertor de la “colimba” y su antigua militancia política. Aquel encuentro significó para Gabbin el inicio de un año de desaparición forzada, como contó recientemente en una entrevista con LA CAPITAL.
Gabbin nació el 22 de marzo de 1953. Desde chico ayudó a su papá en una bicicletería y en su adolescencia y juventud trabajó en las canteras, la construcción y la pesca.
Sintió una conexión especial con la numerosa comunidad de inmigrantes chilenos instalados en Batán. En las charlas con ellos, forjó su pensamiento político. Colaboró con los opositores al régimen de Augusto Pinochet; incluso llegó a cruzar la cordillera. También estuvo en Ezeiza el día que Juan Domingo Perón regresó del exilio. La lucha obrera pasó a ser su bandera.
En 1974, se incorporó al servicio militar. “Soy peronista”, afirmó cuando le preguntaron si era afecto a alguna ideología. Por eso creía que lo enviaron a cumplir la instrucción a Capital Federal. Allí se topó con Bujedo, quien le enseñó el orden cerrado: cuerpo a tierra, salto de rana, montar rifles, entre otras cosas.
Gabbin decidió regresar a Batán sin permiso. Poco después, fue alistado para continuar la conscripción obligatoria en la ESIM (Escuela de Suboficiales de Infantería), de donde escapó cuando le asignaron la guardia en un puesto junto al alambrado perimetral del predio.
Siguió con su activismo político hasta el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Debido a las circunstancias, dejó la militancia, falsificó el DNI, transformó su fisonomía y se mudó a un conventillo ubicado en Colón y 162. Sin embargo, su vida cambió por completo la tarde de verano de 1977 que decidió ir a jugar al fútbol.