Se conmemoró este jueves 20 de julio, el Día Nacional del Barrendero, en homenaje al sacerdote Mauricio Kleber Silva, trabajador del Corralón Municipal de Floresta quien fuera detenido desaparecido durante la última dictadura cívico-militar, en consonancia con lo dispuesto por la Ley Nacional 27.069 que así lo instituye.
El acto tuvo lugar en el recinto de sesiones, a instancias de Roberto Gandolfi (UpP). Asistieron, también los concejales Roberto “Chucho” Páez y Miguel Guglielmotti (UpP).
Esta jornada fue avalada mediante Decreto Nº 2596, quedando fijado el día 14 de junio de cada año la realización de un acto en el ámbito del Honorable Concejo Deliberante.
Argumentos de la jornada
La Ley Nº 27.069 -por la que se instituye el “14 de junio el Día Nacional del Barrendero”- fue un proyecto presentado por la Diputada Nacional del Frente para la Victoria, Adela Segarra, sancionada el 10 de diciembre de 2014.
Dicho proyecto tuvo como objetivo recuperar, para la memoria colectiva, el testimonio de vida de Kleber Silva Irebarnegaray (1925-1977), nombre de pila de Mauricio Silva, Hermano del Evangelio, cura barrendero, quien fuera detenido desaparecido cuando barría la calle de Margariños Cervantes de la ciudad de Buenos Aires, un 14 de junio de 1977.
La normativa nacional señalada pretendió reconocer en Mauricio Silva a todos los trabajadores, quienes, según datos de la CONADEP, fueron blanco favorito de la última dictadura militar, como también a los ochenta sacerdotes desaparecidos en ésa misma época.
Kleber “Mauricio Silva” nació en Uruguay el 20 de Septiembre de 1925. La condición humilde de su familia se ve reflejada en su partida de nacimiento al ser “exonerado del pago de la estampilla por justificar pobreza”.
Junto con Jesús, uno de sus cuatro hermanos y quien sería su compañero inseparable, ingresan en el Seminario Menor de los salesianos. Mauricio continúa sus estudios en Argentina en la provincia de Córdoba, entre sus compañeros de estudios y promoción se encuentra quien fuera después el obispo Don Jaime de Nevares, uno de los pocos que se enfrentó al gobierno de facto denunciando su violación a los DDHH y solicitara, en la Conferencia Episcopal, que se realizaran gestiones para saber “qué había pasado con Mauricio”. También de su promoción era Carlos Dorniak, el primer sacerdote asesinado por la Triple A.
Su destino, una vez ordenado, fue la Patagonia en Puerto San Julián. El tiempo de Mauricio de salesiano, tanto como seminarista y sacerdote, deja un recuerdo imborrable en el lugar. Su amor por brindar alegría a los niños del sur, lo lleva a formar “el grupo de niños felices”, y durante meses pedir golosinas para anunciar en una fiesta patronal que “el día de gloria ha llegado” y los niños encontraran un patio alfombrado de golosinas.
De regreso a Uruguay, debido a problemas familiares, decide quedarse. Se integra al clero diocesano. Acompaña a parejas jóvenes, también se compromete con la Marcha de los Cañeros, encabezada por Sendic.
Era tiempo del Concilio Vaticano II y de la palabra de Arturo Paoli, emblemático sacerdote italiano descubre la Espiritualidad del Hno. Carlos de Foucauld, de seguir el modelo de Jesús de Nazareth, de encontrarlo en el rostro del hermano más humilde, de los que ocupan el “último lugar”.
Regresa a Argentina y se incorpora a los Hermanos del Evangelio, una de las congregaciones de la familia espiritual de Foucauld. En el proceso de integración estará un tiempo en la Rioja de Angelelli. Luego en Fortín Olmos, para finalizar en la ciudad de Buenos Aires, en una comunidad en el barrio de La Boca y luego en un conventillo de la calle Malabia, donde crea una pequeña comunidad.
Al momento de buscar trabajo al ver un “hombre pequeño y sucio recogiendo la basura”, decide que ése era el trabajo que quería y lo logra.
Como barrendero, Mauricio se integra como uno más, pero su conducta y su compromiso hacen que pronto se convierta en un referente para sus compañeros. Se incorpora a la actividad gremial.
En Colombia, en reunión de su congregación, Paoli le pide que no regrese, se niega y pregunta: “¿Qué peligroso puede ser un cura armado de escobillón?”, y a Pérez Esquivel en Ezeiza le responde que no va a dejar a sus compañeros. Sigue trabajando después de la desaparición de sus compañeros de corralón: Sanmartino y Goitía.
El 14 de junio sale a trabajar como todos los días cuando de un Ford Falcon blanco se bajan tres hombres de traje y lo suben al coche sin encontrar resistencia de su parte.
De inmediato el superior latinoamericano que se encontraba en Argentina se presenta ante las autoridades eclesiales en el consulado uruguayo y presentan un recurso de Habeas Corpus. En el año 1978, su hermano de sangre y congregación, Jesús Silva, y Patricio Rice, iniciaron denuncias a nivel internacional, Rice de origen irlandés, también había sido secuestrado y salvado por la gestión de su país ante el gobierno argentino.
Los Hermanos del Evangelio, fue la primera congregación que se presentó como querellante ante el Estado argentino por la desaparición de un miembro de su familia religiosa.
Mauricio Silva fue un hombre que buscó un lugar donde vivir el Evangelio, lo encontró en la espiritualidad de Foucauld y en el trabajo de barrendero y fue feliz. Sabía que su opción por trabajar con los más pobres, comprometerse con su vida y sus reclamos, provocaba un fuerte rechazo en los responsables de la dictadura, sabía lo que le podía suceder, se había preparado.
Mauricio con su testimonio de vida y de martirio desde su opción y compromiso de caminar junto a los más pobres, fue semilla que cayó en tierra fértil y dio sus frutos. El paso del tiempo no logró borrar sus huellas y hoy está presente en sus compañeros barrenderos y recolectores. Como dijo uno de ellos: “Son herederos de la lucha de Mauricio porque ellos, cuando se rompen los guantes, piden la reposición; en cambio Mauricio y sus compañeros luchaban para que se los dieran”.