El boom del streaming y el advenimiento de las herramientas de inteligencia artificial hallaron su primera resistencia visible en los sindicatos de Guionistas y Actores de Estados Unidos, que desde hace casi diez días tienen semiparalizado a Hollywood para correr en simultáneo la cortina de fascinación generalizada por estos nuevos jugadores de nuestros tiempos y develar sus consecuencias en esa titánica industria cultural.
Más de seis décadas pasaron desde la última ocasión en que ambas organizaciones gremiales coincidieron en huelga indefinida, cuando el pasado 14 de julio las y los intérpretes se alinearon a la huelga que sus pares de la escritura ya llevaban adelante desde principios de mayo. Digno ejemplo de la evolución mediática, el reclamo de los '60, cuando la tele era la revolución y se debatía la compra y emisión de películas en la pantalla chica, no era muy distinto al de ahora.
Adaptándose, fagocitándose o combinándose entre sí para parir usos y posibilidades inéditos, los artefactos del cine y la TV y los juegos de producción y consumo de sus contenidos fueron sensibles -con sus pro y sus contra- a la transformación tecnológica, alcanzando en el presente un rol que, tardía pero ostensiblemente, ya está en el ojo de la tormenta.
Terreno pantanoso para algunos, objeto de ambición y promesa de un sinfín de maravillas inimaginables para otros, la cara más popular de estos ¿avances? digitales comienza a verse reducida a espejitos de colores frente al lado oscuro que muchos le atribuyen al algoritmo de las plataformas y a la incursión indiscriminada en la inteligencia artificial (I.A.). “Se los avisé en 1984, muchachos, y no me escucharon”, diría días atrás James Cameron, con la analogía de su magistral “Terminator” a la orden.
Es que fuera de la ligereza de las referencias a la ficción, el problema subyacente a cambios así de profundos en la manera de hacer y ver en el audiovisual es la demora con la que entran en discusión por detrás de las cámaras, un escenario naturalmente agudizado bajo el sistema de los grandes estudios de Hollywood, que mientras hicieron y hacen aportes invaluables al séptimo arte, también mantienen un negocio que los ungió como los reyes de la maquinaria del espectáculo capitalista a escala global.
Casas como Disney, Paramount, Sony, Warner Bros. Discovery, NBCUniversal y otras más jóvenes como Apple, Amazon y Netflix conforman esa tercera medida que hizo eruptivo el cóctel: nucleadas en la Alianza de Productores de Cine y Televisión, su papel -que incluye tratar lo que en estos pagos se conoce como convenios colectivos de trabajo- fue el detonante para que unos 11.500 guionistas y 160.000 intérpretes, periodistas y conductores de TV abandonaran los sets, las premieres y las ruedas de prensa para reunirse en las calles y exigirle a las compañías que estén a la altura de las circunstancias.
“Si nuestros líderes dicen que el acuerdo es injusto, tendremos que mantenernos fuertes hasta que consigamos algo que sea justo para quienes trabajan en la actuación. Para muchos, es la diferencia entre tener cobertura de salud o no”, anticipaba el ganador del Oscar Matt Damon en Londres a instantes de que se anunciara el paro, que lo hizo retirarse junto a sus colegas de reparto en plena alfombra roja de la recién estrenada “Oppenheimer”, uno de los tanques del año.
El textual reflejó algo que suele quedar escondido atrás del multimillonario universo de las celebridades que encabezan las carteleras: la enorme lista de aquellos que quizás nunca ven sus nombres al principio de los créditos, aún con sus imprescindibles tareas en los procesos de realización. Así, de renombre o no y con más o menos poder frente a la trinchera de ejecutivos, ambos sindicatos optaron como último recurso por frenar sus actividades en demanda de mejoras salariales y en materia de seguridad social, pero también por la integridad artística, las ganancias residuales de las plataformas y el uso de la IA.
Mucho se destapó en estas últimas semanas, desde las declaraciones de figuras como Mandy Moore, que viene de protagonizar el muy popular drama “This Is Us” y contó que recibió cheques de 81 centavos por las visualizaciones de la serie en streaming; hasta la revelada propuesta de los estudios de escanear a intérpretes a cambio del pago de un día de trabajo, y disponer de esas imágenes de manera perpetua para utilizar en cualquier proyecto, sin consentimiento ni compensación.
El modelo de negocios se recicló y el desafío es regular en este embrollo pospandémico, en declive para las tiras de las cadenas y el cable y testigo de una flexibilización creciente en ambas ramas, con actores y actrices teniendo que filmarse a sí mismos en vez de audicionar en vivo y con la implementación de “mini-habitaciones” de guionistas televisivos, que pasaron de tener siete u ocho integrantes permanentes a contar con sólo dos o tres ayudantes al servicio del showrunner durante un par de episodios.
Fue un discurso -más tarde viralizado- de la titular del Sindicato de Actores, Fran Drescher, la entrañable y noventosa Nana Fine de “La niñera”, lo que resumió las demandas de las y los huelguistas: “Cuando los empleadores hacen que Wall Street y su codicia sea prioridad, y se olvidan de lo esencial que es nuestra contribución, tenemos un problema”, lanzó.
“Dicen que están perdiendo dinero por todos lados cuando sus CEOs se llenan los bolsillos, es desagradable. Ellos están del lado equivocado de la historia. En un punto no se puede soportar esta falta de respeto y ser marginalizados de esta forma”, agregó desde la sede del gremio.
Del otro lado, la Alianza de Productores le endilgó al sindicato la responsabilidad de no seguir adelante con las negociaciones, y Bob Iger, el hace poco restituido CEO del conglomerado del ratón Mickey, opinó que los pedidos son “perturbadores”, no “realistas” y “disruptivos” para el negocio.
Bette Midler, Bob Odenkirk, Christian Slater, Jason Sudeikis, Kevin Bacon, Paul Dano y la siempre militante Susan Sarandon, así como los reconocidos guionistas George R. R. Martin, Neil Gaiman, Mindy Kaling y David E. Kelley, son algunos de los rostros más fotografiados de las manifestaciones que se multiplican en Nueva York y Los Ángeles, entre las víctimas -que podían suponerse, pero que casi nadie previó- de esta nueva realidad para la industria.
Sin fecha de finalización en el horizonte, el conflicto ya mostró sus primeros efectos y se cobró unos cuantos largometrajes y títulos para el formato chico que tuvieron que apretar el botón de pausa. Las primeras fueron “Stranger Things”, “The Last of Us”, “Yellowjackets” y el tradicional ciclo de sketches “Saturday Night Live”. En el cine, “Wicked”, la secuela de “Gladiador”, la tercera entrega de “Deadpool” y la continuación de “Beetlejuice” también se sumaron a la nómina de proyectos frenados.
Y si bien los guionistas pueden trabajar en libros y revistas y los intérpretes tienen permitido actuar en producciones independientes, su ausencia en los rodajes y en los eventos publicitarios de cualquier tipo, se calcula, le costará a Hollywood unos 150 millones de dólares por semana.
Más allá de las cifras, las repercusiones de la doble huelga podrían tomar meses o incluso años en tener un correlato en los derechos laborales del rubro y en la dinámica entre los artistas y las corporaciones de “la fábrica de sueños” más influyente y hegemónica del planeta.