Trescientos metros de distancia mediaban entre la estancia del “Manco de La Loma” y la pulpería “La Caldera”, donde aquel mediodía del 21 de mayo de 1866, después de un arreo, lo aguardaba la muerte disfrazada de un pantagruélico almuerzo.
Tras la “inesperada muerte” de Don Benigno Barbosa, los parroquianos avisan al Juez de Paz, Juan Peña, y éste ordena realizar un primer inventario de los bienes del difunto, disponiendo, para cumplir el cometido, la conformación de una Comisión de vecinos notables, que secundaron al alcalde Saturnino Peralta, entre ellos Don Eusebio Zubiaurre, quien el 19 de enero de 1869, en la Caldera, ciudad de Balcarce, sugestivamente tres años después de la muerte de Barbosa, prestaría declaración, en carácter de único testigo, que presenció el primer inventario y el segundo, ordenado a los pocos días, en el que, por arte de birlibirloque, “de uno de los legajos de papeles salió una carta rotulada a Don Patricio Peralta Ramos y doce mil pesos moneda corriente”.
Según el testimonio de Don Zubiaurre, “después de consultarse los comisionados si debía entregarse la carta al mencionado Peralta y no encontrando inconveniente se la entregó y se la guardó en un bolsillo y que ignoraba por entonces su contenido y que a petición del Sr. Peralta firmaron los comisionados el certificado, que aparece al pie de la memoria testamentaria”. A la pregunta de sí Don Patricio Peralta Ramos había leído el pliego, el testigo responde que “lo hizo en voz baja sin participar a nadie su contenido”, añadiendo que “el tiempo transcurrido desde el momento de encontrarse el pliego al en que firmaron el certificado, fue muy corto y esto tuvo lugar en la habitación que ocupaba el finado Barbosa como dormitorio y escritorio”.
Bajo juramento de “decir verdad en lo que supiere y se le preguntase”, Don Eusebio Zubiaurre aseguró que en el primer inventario “no apareció el referido pliego rotulado a Don Patricio Peralta Ramos”, que “ignora en poder de quien permaneció la llave después del primer inventario, pero que sí fue Don Saturnino Peralta que abrió la caja para el segundo inventario, en presencia de la comisión”.
Si es una incógnita “en poder de quien permaneció la llave después del primer inventario”, por lo menos resulta suspicaz el hecho de que el alcalde del Cuartel Tercero, Don Saturnino Peralta, quien “abrió la caja para el segundo inventario, en presencia de la comisión”, era, casualmente, “sobrino de Don Patricio Peralta Ramos y padrino de uno de sus hijos”, según nos apunta el Sr. Adrián Agüero, descendiente del “Manco de La Loma”.
En la reconstrucción de los avatares del primer tramo del juicio de sucesión testamentaria del “Manco de La Loma”, oculto por los relatos míticos, que envuelven a Don Patricio con un halo de santidad, nos valdremos de un facsímil del libro copiador de correspondencia del Juzgado de Paz de Balcarce, que abarca el periodo comprendido entre el 22 de octubre de 1866 y el 18 de enero de 1867, cerrado en 102 fojas útiles que, gentilmente, nos ha facilitado el Sr. Adrián Agüero, chozno de Benigno Barbosa.
No bien comenzamos a escudriñar la correspondencia, intercambiada por el Juez de Paz Juan Bautista Peña y el Juez en Primera Instancia en lo Civil, Miguel García Fernández, en el lapso mencionado, nos topamos con el denodado e infructuoso intento por recusarse de la causa del Juez Peña, en cuya estancia “Las Tres Lomas”, situada en el límite de Balcarce y Ayacucho, se asentaba el Juzgado de Paz, donde, por entonces, había cinco alcaldes con ayudantes, que se ocupaban de los aspectos burocráticos y ejecutaban las órdenes impartidas por el magistrado.
Quizás presintiendo que el asunto pintaba como una carga de dinamita, a punto de estallar en su cabeza, el Juez Peña solicita el favor de su par de Buenos Aires, García Fernández, para que “lo haga a un lado de la causa mientras esté Peralta Ramos de por medio”, aduciendo que no deseaba tener problemas con Don Patricio ni con los bienes del finado Barbosa, pues en su opinión el depositario estaba disponiendo de esos bienes como si fuesen propios.
En otra de las cartas referidas, el Juez Peña dirigiéndose al Juez de Primera Instancia en lo Civil, le advierte, que “según los informes elevados por el comisionado revisador del saladero, Pedro Camet”, el depositario de los bienes del Manco de La Loma, Don Patricio Peralta Ramos, “sin orden competente”, se había arrogado el derecho de vender, a cualquier precio, “la cantidad de cuatro mil cuatrocientas cuarenta y seis cabezas vacunas y mil trescientos cuatro lanares pertenecientes a la testamentaria de Benigno Barbosa”, corroborado por el testimonio de Don Ezequiel Peralta que “ declara que el depositario le ofreció en venta hacienda yeguariza de la misma testamentaria, habiendo vendido bastantes carretadas de leña y palos de los montes del Currumamuel por la mitad del valor establecido por el finado Barbosa”, y que por consiguiente “es perjudicial la permanencia de Patricio Peralta Ramos al frente de esos valiosos intereses. Con la lectura de la nota del comisionado y correspondencia adjunta podrá Ud. formar juicio de la mala conducta del depositario, que sin orden competente se ha atrevido a disponer de intereses ajenos que deben ser respetados”.
Cinco meses después de la muerte de Barbosa, el Juez Peña, en una misiva datada el 24 de noviembre de 1866, insistiendo sobre el mismo asunto, llama la atención del Juez de Primera Instancia “sobre lo que dice el comisionado Camet que es público que desde la conclusión del inventario se ha echado mano de todo, destruyéndose lo más, que las majadas eran puramente de Barbosa, que la única sociedad que existía en hacienda era solo la vacuna por lo que puede importar comunico a Ud. que con fecha de septiembre pasado ha obtenido Don Patricio Peralta Ramos tres boletos de señales de ovejas que según el certificado que remito es copia autorizada que aparece en su declaración de propiedad. El juzgado recién hoy está impuesto de la circunstancia que menciona el comisionado…”
Asimismo, el Juez de Paz eleva al de Primera Instancia una cuenta por gastos de la asistencia y entierro de Don Benigno Barbosa para que se compensara a los tres vecinos que habían sufragado los mismos.
El Juez de Primera Instancia en lo Civil, Miguel García Fernández, impartirá la orden de levantar la inhibición respecto al establecimiento de Benigno Barbosa, “debiendo en consecuencia de la presente contraorden permitir a Don Patricio Peralta Ramos disponga de las especies correspondientes al dicho establecimiento y de los que fueran necesarios para la buena administración del mismo, y lo que quedara es verificar con la debida intervención de ese juzgado al practicar cualquier operación”.
No obstante, la orden del Juez García Fernández, que cohonestaba el derecho que, previamente, Don Patricio se había arrogado para “disponer de intereses ajenos que deben ser respetados”, el Juez de Paz Peña no podía mitigar el dolor de cabeza, que con su proceder seguía provocándole el depositario de los bienes del difunto, a quien le previene “para evitar dudas” que “dicha orden sólo lo autoriza para manejar el establecimiento de Don Benigno Barbosa y disponer de las especies que fueran necesarias (está subrayado en el libro copiador). El Juzgado ha concedido a Ud. el permiso para la extracción de los frutos retenidos a fin de que no sufran deterioro. Su producto será más que suficiente por mucho tiempo para atender las necesidades del establecimiento. En lo sucesivo no podrá Ud. beneficiar hacienda que pertenezcan al finado Barbosa, dará Ud. cuenta de toda operación que vaya a practicar”.
A pesar de los conceptos subrayados, al parecer habría habido algunos altercados entre Don Patricio y el Juez Peña, quien interpreta que dicha orden restringía la facultad de faenar hacienda y que, por ende, Peralta Ramos solo estaba facultado para “manejar el establecimiento” y “disponer de las especies que fueran necesarias”, lo cual se infiere de una carta, datada el 12 de diciembre de 1866, en la cual el magistrado local le solicita al Juez de Primera Instancia en lo Civil que “me imponga si el dicho Peralta Ramos podrá seguir beneficiando hacienda de Barbosa en el saladero del puerto, en una palabra si podrá disponer del establecimiento como si fuese suyo”.
Desconocemos cómo se resolvió este entuerto, pues al 18 de enero, fecha en que “se cierra en 102 fojas útiles” el libro copiador, el Juez García Fernández todavía no se había pronunciado. No obstante, nos es dable inferir la probabilidad de que en más de una oportunidad, durante el ajetreado juicio de sucesión testamentaria de Don Benigno Barbosa, el Juez Peña haya colocado en su frente paños empapados en colonia, o en su defecto en vinagre, mientras degustaba una infusión azucarada de “tila” para mitigar un dolor de cabeza, cuya recurrencia habría presentido desde el momento en que había intentado, en vano, que el Juez de Primera Instancia en lo Civil lo hiciese a un lado de la causa mientras Don Patricio estuviese de por medio.
En la víspera del 1º de mayo de 1949, Eliseo Agüero, el nieto del Manco de La Loma, emprendería exultante su último viaje a la Capital Federal, allí festejaría con los compañeros peronistas el Día de los Trabajadores y, al día siguiente, tendría otra audiencia con la Abanderada de los Humildes.
“-Miré, para que el General Perón tome alguna medida, con respecto a un tema como este, hay que informarlo muy bien. En La Plata, yo tengo a una persona que es el compañero Vicente Derito, que va a tratar lo del juicio de reivindicación de las tierras, que pertenecieron a su abuelo, y todo eso, para pasárselo a Perón como corresponde. Usted venga a la plaza a pasar el 1º de mayo como todos los compañeros, gritando la vida por Perón, se queda acá y el 2, lo recibo yo. Seguramente, para entonces, voy disponer de la información, que necesito para pasársela al General”, le había dicho Evita, en la última audiencia.
En aquellos años, cada empresa de micros de larga distancia tenía su propia terminal, y aquel adolescente había acompañado a su padre a la estación terminal de Diagonal Pueyrredón, entre las calles Mitre e Hipólito Yrigoyen, desde donde la imagen de su padre abordando, por última vez, el micro de la empresa “El Cóndor”, quedaría grabada, indeleblemente, en su memoria y en sus retinas.
“Lo vi partir aquel día, con una alegría bárbara. Perón siempre contestó las cartas de papá, a través de su secretario privado, Juan Duarte; y Evita lo citó, directamente, a una audiencia, donde papá había llevado un plano, que había conseguido, a través de un contacto, en la Municipalidad. Con eso, su ponchito y su gorrita, se fue a ver a Evita, que tomó el asunto con mucho interés”, recuerda el actor y director de teatro marplatense, Domingo Agüero, hijo de Eliseo y bisnieto de “El Manco de La Loma”.
El fatídico 2 de mayo de 1949, Domingo tenía 16 años y se preparaba para ir al Colegio Nacional, donde cursaba el 3º año de educación secundaria, cuando llegó uno de sus tíos portando la infausta noticia.
Su hermana Irma, que, por entonces, tenía 26 años, y trabajaba, en la Capital Federal, como empleada doméstica con cama adentro para la familia de Mariano Grondona (padre), se había comunicado con su tío para avisarle que Eliseo había fallecido a la madrugada, y que regresaba a Mar del Plata en la ambulancia donde traían su cuerpo.
“Habían tenido algunos inconvenientes para sacarlo de la Capital, la Policía Federal al morir en un hotel le quería hacer la autopsia, y sí le hacían la autopsia Irma no lo podía traer. Mi hermana trabajaba como empleada doméstica con cama adentro en la casa de calle Arenales, donde residía la familia de Mariano Grondona, padre del periodista, que, por entonces, creo que era un joven seminarista. Irma se llevaba por los consejos que le daba su patrón”, refiere Domingo.
“-A Usted qué le parece, Señor Grondona. Yo quiero llevar a mi padre a Mar del Plata, y no lo puedo sacar porque la policía quiere hacerle una autopsia para saber de qué murió. Yo tengo un certificado, que me entregaron en el Sanatorio Anchorena, donde le sacaron una placa radiográfica y le diagnosticaron angina de pecho”.
Grondona le aconsejó a su empleada, que se calmara y le dijo que se ocuparía del asunto, e hizo una llamada telefónica, revalidando sus influencias.
“- Aquí hay una chica que trabaja para mí, y quiere sacar el cadáver de su padre, pero la Policía Federal no se lo deja sacar; a ver si podés hacer algo”, requirió a su interlocutor, quien, finalmente, allanó los inconvenientes.
La última cena en el restaurante “La Estancia”, Eliseo la había compartido con los amigos ocasionales, que había conocido en uno de los viajes a Capital Federal. La muerte, también, se había dado cita allí, escondida en el vino, que uno de los contertulios vertió en la copa de Eliseo…
Después de ochenta y tres años, la muerte que en la pulpería “La Caldera”, disfrazada con los atuendos de un pantagruélico almuerzo, se había llevado al “Manco de la Loma”, volvía, ahora, para llevarse a su nieto, que había osado desafiar a la familia Peralta Ramos, en connivencia con dos judas camuflados como gentiles caballeros, que compartieron aquella noche del 1º de mayo de 1949, la última cena de Eliseo Agüero, en el restaurante “La Estancia”.
“Papá decía que eran dos señores muy bien trajeados, y muy atentos…”, recuerda el bisnieto del “Manco de la Loma”.
“-Me han pedido que cada vez que vaya a Buenos Aires les haga saber, me han dado su teléfono, cuando yo voy me reciben con cordialidad, y me llevan a comer al restaurante “La Estancia”, ahí voy a escuchar folclore”, solía decirle Eliseo a su hijo.
Pero el hecho es que aquella noche, al regresar al hotel, se descompensó, una sensación de opresión en el pecho lo indujo a llevar su mano, instintivamente, al esternón, como buscando alivio, mientras lo invadía un sudor frío y sentía náuseas. Trastabilló y como pudo tomó el teléfono y llamó a su hija, Irma, quien acudió prestamente, y lo llevó al Sanatorio Anchorena, donde le diagnosticaron una angina de pecho. Sin embargo, a la luz de los hechos que acontecieron, Domingo Agüero reinterpretará aquella sintomatología presumiendo la muerte por envenenamiento con cianuro de mercurio.
“Como podía andar, aunque con dificultad, mi hermana regresó con él al hotel. Cuando llegaron, se acostó, al poco tiempo, se puso como violeta, según Irma, y no habló más, ni nada y ahí ya murió. Yo siempre viví con la idea de que había muerto de un infarto, pero, con el paso de los años, un día llega a la zapatería, que yo tenía, en la calle Santiago del Estero, entre Castelli y Alvarado, frente a lo que hoy es el Hospital Materno Infantil, un señor mayor, y me pregunta si yo era él hijo de Eliseo Agüero. Le dije que sí, y entonces me revela que papá había sido envenenado con cianuro de mercurio, y que los amigos ocasionales de la Capital Federal, en realidad, no eran ´dos señores muy atentos y cordiales´ como decía mi padre, sino dos comisarios retirados. Uno de ellos de apellido Bouchez, era hijo de un Juez de Paz, que debía a los Peralta Ramos su designación. Ambos habían sido contratados por Ricardo Peralta Ramos, el director del diario ´La Razón´ y, obviamente, se habían relacionado con mi padre adrede para sonsacarle, con sutileza y astucia, información sobre la gestión que realizaba para reivindicar las tierras de su abuelo. Todo había sido premeditado. A raíz de esas gestiones que había efectuado mi padre, una de las primeras medidas que había impulsado Eva Perón, a través de la Provincia, fue impedir el loteo de tierras en el Bosque Peralta Ramos hasta que se esclareciera el asunto, abortando la operación inmobiliaria, que pretendían hacer los Peralta Ramos”, relata Domingo.
Arturo Peralta Ramos había heredado las tierras transmitidas sucesivamente desde su abuelo, Don Jacinto, que constituirían el Bosque de Peralta Ramos. A su muerte, acaecida en julio también del año 1949, sus cuatro hijos Arturo Jacinto; Héctor; Ricardo y Hernán, explotarían la propiedad heredada, a través de las sociedades ARPERA S.R.L y AUCA S.A., constituidas en 1949 y 1952, respectivamente.
En un principio, fueron destinadas a los cultivos de la zona. Posteriormente, a partir del año 1952, los herederos de Arturo emprenderían la forestación de esas tierras, que se convertirían en el Bosque de Peralta Ramos; y las dotarían de la infraestructura básica, para dar consecución al proyecto loteador de Don Patricio, el lar o pinate de la Dinastía de Especuladores Inmobiliarios por antonomasia.
El financiamiento de dicho emprendimiento requirió el loteo de otros activos como “Las Colinas de Peralta Ramos”, “El Pueblo de Peralta Ramos” y “Playa Serena”; y tras la caída del peronismo, el bosque se sumaría al proyecto loteador, cristalizando sucesivamente cuatro fraccionamientos en los años 1960, 1962, 1967 y 1968.
“La locura de hacer algo por las tierras de su abuelo Benigno – prosigue Domingo -, apareció en mi padre cuando estábamos viviendo en la calle Corrientes 2660, ahí empezó a ir a la Municipalidad en busca de información. Él militaba en el Partido Peronista, fundó la primera Unidad Básica que se llamaba “Por la Unidad”, porque el peronismo subió con el apoyo de dos partidos, el Laborista y la Unión Cívica Radical – Junta Renovadora, y comenzó a juntar a la gente que conocía, para responder a la cuestión de fundar un solo partido, que era el Partido Peronista; y como ahí, en el partido, tenía sus charlas con el escribano Redi, y otros compañeros, sobre la cuestión de las tierras, se despertó su interés por reivindicar esas tierras, que habían sido de su abuelo, él sabía que había sido manipulada la buena disposición de Barbosa por la hija de Peralta Ramos, y que habían intentado hacer que escribiese una carta dirigida a Patricio Peralta Ramos, en la que se expresaría el deseo póstumo que las tierras le fuesen entregadas a su hija Cecilia.
“Papá aconsejado por el escribano Redi que le dice que eso no es legal en la Argentina, que no se puede desheredar a los hijos a menos que medie una causa muy grave, con todo ese argumento, la fue a ver a Evita. Y el hecho es que, con todas las argumentaciones que recogió ahí, en la Unidad Básica, y con las amistades que tenía, consiguió que Evita le diera una audiencia.
“La investigación, encomendada por Evita a Vicente Derito, confirma que había habido, efectivamente, un juicio por reivindicación de tierras, y que los Barboza lo habían perdido por incidentes, o sea que los Barbosa, o mejor dicho los abogados de los Barbosa no presentaron las pruebas de lo que sustentaban de lo que había hecho Peralta Ramos a término. Esto demuestra que el tema no fue por la cuestión de fondo, sino por el incidente, porque al no presentar las pruebas a término, le dieron por ganado el juicio a Peralta Ramos. Pero la cuestión de fondo subsistía, y no hubo apelación, por parte de los Barbosa, porque los abogados se ́ ´entregaron ́; habrán llegado a un ´arreglo´ con los abogados de Peralta Ramos para no apelar, o sea que, probablemente, hayan sido ´comprados´.
“Barbosa sólo entendía del manejo de hacienda, y en eso había perdido la mano, por eso lo llamaban el ´Manco de la Lomita´ . Parece ser que, con el lazo en una tirada con un animal, el tipo hizo una fuerza mayor, que la que podía hacer y que tuvo una inflamación enorme y como, en aquella época, no iban a ver al médico, ni nada, eso avanzó y terminaron apuntándole la mano. No era un tipo de saber manejar sus relaciones con el Estado, sólo sabía manejar hacienda, y también se manejaba bien con los indios y con las mujeres, porque de hecho tuvo muchos hijos naturales, a algunos, como a mi bisabuela, los reconoció; creo que reconoció a ocho o diez hijos.
“Pero Peralta Ramos era muy sagaz, estaba muy vinculado con los organismos de gobierno y con los políticos. Si bien no era político, cultivaba una buena relación con todos. Era muy ducho para manejar el tema de propiedades y de inscripción de propiedades. Había sido mazorquero, y al caer Rosas quedó, transitoriamente, mal ubicado, pero, rápidamente, la oligarquía se acomoda al gobierno que le sigue, y como muchos que eran rosistas después se hizo antirrosista. También estaba vinculado a la Masonería, de hecho, la casa de la Masonería, que está en la calle San Martín, entre Independencia y Salta, que se llama Ateneo Mitre, fue donada por Peralta Ramos, quien de acuerdo a como le convenía tener apoyos, también, hizo donaciones a la Iglesia, e inclusive a la Marina le donó cuatrocientas hectáreas, que formaban parte de las tierras que tenían en copropiedad con Barbosa.
“Un familiar de mi primo Mariano Agüero, que trabajaba en la policía científica de la provincia de Santa Fe, en un momento dado, vino a verme con la intención de examinar los restos de mi padre, pero como yo creía que mi hermana los había cremado, no se pudo hacer nada. Luego, con el paso del tiempo, fortuitamente, me entero que Irma no lo había cremado. Así fue como un día se me ocurre preguntarle a mi sobrino José, hijo de mi hermana Irma, qué había pasado con los huesos de mi padre, y me respondió que ella los había puesto en una urna y que estaban en la bóveda de la familia Beresiarte. Pero, ahora, creo que ya no vale la pena volver sobre el tema”, reflexiona Domingo.
Finalmente, Domingo Agüero nos comenta que, tras la muerte de su padre, Perón habría dispuesto una investigación, esclareciendo el hecho de que los comisarios retirados habían actuado por orden de Ricardo Peralta Ramos, el a la sazón Director del diario “La Razón”, y si bien el peso de la justicia no caería sobre los autores materiales y el autor intelectual, la información habría sido clave y disuasoria, en las negociaciones entre los Peralta Ramos y los representantes de Perón, para tomar el control del vespertino, aunque Peralta Ramos siguió al frente de la publicación como director…
Fuentes primarias consultadas:
• Testimonios del historiador marplatense Roberto Coba; el Sr. Adrián Agüero (chozno de Benigno Barbosa, socio de Patricio Peralta Ramos); y el actor y director de teatro marplatense Domingo Agüero (bisnieto de Benigno Barbosa).
• Correspondencia transcripta en el libro copiador del Juzgado de Paz de Balcarce, durante el lapso comprendido del 22 de octubre de 1866 al 18 de enero de 1867, relacionados con el juicio de sucesión testamentaria de Benigno Barbosa. A la misma tuvo acceso el autor de esta investigación periodística por gentileza del Sr. Adrián Agüero.
(Gentileza: Roberto Latino Rodríguez)